Muchos
podrán decir que cuando pequeños se la pasaban jugando a hacer un oficio. Sino
eran bomberos listos para apagar un incendio, se la pasaban regañando a sus
alumnos imaginarios mientras les daban clases.
Yo también
llegue a divertirme de esa forma, pero lo hacía un poco diferente. En vez de
alumnos imaginarios, me paraba frente mis
compañeros de clase y no les daba ni
una sola lección: más bien me dedicaba a contarles historias que yo iba
inventando conforme la marcha.
Si, lo
leyeron bien. Desde los cinco años me la vivía contándoles cuentos a mis amigos
y entreteniéndolos. Había casos en los que regresaban tan alborotados del
recreo,
que la maestra me pedía que les contara un pequeño cuento con el fin de calmarlos un poco. Así me fui haciendo de un apodo entre mis amigos, al grado que cuando me veían decían que ya había llegado la niña cuentacuentos.
Bueno, toda
mi primaria se me quedo ese apodo. Me encantaba relatar cuentos de mi
invención, o leyendas que me contaba mi abuelo en los frecuentes viajes de
carretera en los que iba con él y con mi abuela. Me gustaba hacerlo y conforme
fui creciendo me di cuenta de que me gustaban mucho.
Extrañamente,
cuando llegue a secundaria deje de contar historias por un buen rato. A mis
amigos ya no les interesaban, además de que termine concentrándome en otras
cosas. Salidas con mis amigas. Trabajos finales. En fin, las cosas de la edad.
Por un momento yo creí que las cosas serían así; ya no estaba para cuentos y
era hora de seguir adelante y continuar con mi vida. O eso creí hasta que
llegue a aquel día, mientras me encontraba en tercero de secundaria.
Nos habían
dado una charla sobre orientación vocacional, y lo cierto es que yo me sentía
muy atraída por la carrera de antropología. Siempre me ha gustado la historia,
y me parecía divertido pasar todo el día entre tierra y en lugares diferentes.
Por supuesto, las cosas no son como las pintan y pronto me desengañe del asunto
gracias a un profesor que me ayudó a ver mi error: menos del 1% de los alumnos
de esa carrera pueden darse el lujo de ir a excavaciones, y si no tienes apoyo
o un “padrino” dentro de la carrera, todo lo que puedes hacer limitarte a dar
clases. Nada más.
Después de
eso termine muy decepcionada. No sabía qué hacer con mi vida, y por más
que le
buscaba gusto a algo no conseguía hallárselo.
Fue ahí
donde entró una de mis amigas. Se encontraba haciendo una historia y me pidió
de favor que le ayudara, leyéndola y dándole mi opinión al respecto. Al
principio, eso no me llamó la atención y me negué un par de veces. No me sentía
con ánimos de leer nada, y menos de opinar. Claro que ella nunca ha sido de las
que se da por vencidas, y al final termine accediendo… Lo crean o no
me gustó la historia, pero solo eso. Seguía deprimida por mi falta de opciones,
así que poco podía hacer por apreciar la trama o el argumento.
Ella vio
como estaba, y supongo que por eso hizo lo que hizo. Me prestó su copia de “La
historia interminable”, para que la leyera mientras duraban las clases. Con lo
vaga que siempre he sido para las materias (sobre todo las ciencias), lo vi
como una oportunidad y me dije: ¿Por qué no?
Lo que
siguió después de eso, fue una aventura tan intensa y emocionante que hasta me
olvide de donde me encontraba. En serio, pasaron las clases de Matemáticas,
Bilogía y Química y yo en la Fantasía, ajena a todo lo que me rodeaba. Cuando
tocaron el timbre para salir de clases ya me había enamorado de Atreyu y de sus
incansables deseos por salvar a la emperatriz, además de que estaba a nada de
golpear a Bastián por ser tan crédulo. No podía creer como se negaba a
participar en la historia, siendo que yo estaba lo que seguía de lista para
meterme entre las páginas.
Lamentablemente,
tuve que devolverle el libro a mi amiga ese día. La profesora de español nos lo
había dejado leer para sus típicos exámenes de comprensión que le gustaba hacer
todos los finales de mes, y yo de lela ni siquiera había prestado atención a
que teníamos que leer otro libro más para la escuela.
Claro que
este era diferente, y por ese motivo llegue a mi casa clamando a los cuatro
vientos que necesitaba el tomo a la de ya, o si no me iban a reprobar en la
materia. Como tenía problemas en mis clases (como casi siempre), ni tarda ni
perezosa mi madre estaba dispuesta a llevarme a buscarlo ese día. No fue necesario. A mi hermana mayor también se lo habían dejado leer y ya tenía una copia algo vieja del libro.
![]() |
Justo esta copia es la que tengo. |
Antes de que pudieran
decirme ponte a leer, yo ya me encontraba tirada sobre la cama,
retomando la historia en el capítulo en donde la había dejado. Lista para la
segunda parte de ese increíble libro.
No me lo
termine esa noche; pero al siguiente día, mientras me encontraba despidiéndome
de Bastián y de Atreyu en las aguas de la vida, al mismo tiempo que profesor de
Matemáticas nos daba un rápido repaso de no sé qué problemas de algebra, lo
supe. Eso es lo que quería hacer con mi vida.
Quería hacer
una historia tan increíble como la que había leído.
Con esa
decisión, tome el cuaderno de Matemáticas y por la parte de atrás escribí la
frase de inicio del que sería mi primer libro terminado.
"Ambas mujeres
corrían como si no hubiera un mañana. Podían escuchar los pasos de sus
perseguidores, pero, por más que lo intentaban no podían poner suficiente
distancia entre ellos".
Desde ahorita
lo digo, esa no es la frase original. La primera estaba llena de errores
ortográficos y de redacción, pero con el tiempo he ido limpiando las erratas.
Algo me tenía que dejar años y años de intentos, además, fue una suerte
comenzar en esto a tan corta edad.
Desde los
catorce años he seguido por este camino, y hasta el momento esto es lo que me
hace feliz y, no lo cambiaría por nada. Claro que hay otros recuerdos
importantes sobre mis intentos en la escritura, como el día en el que me decidí
a escribir ficción o el primer premio que gane, pero, como dice mi mentor,
Michael Ende:
Esta es otra
historia y será contada en otra ocasión.
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Ahora si, nos leemos la semana que viene.
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